miércoles, 17 de febrero de 2010

La Renuncia. AEB

Siempre he admirado el verbo de A.E.B., he aquí uno de sus tantos poemas para compartir.

He renunciado a ti. No era posible
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...
He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
Como el que ve partir grandes navíos
como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.
He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, !cuantas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...

jueves, 4 de febrero de 2010

Poemas al margen, 1

Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.
Ayer me fui, tras un espejismo:
quería vivir, ¡quería vivir!
Quería ser libre, lejos de ti.
Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.
No me trates como a uno de tus hijos:
todos tus dones, yo destruí.
Enterré tu don, lejos de mí.
Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.
Y tu abrazo se confunde con el mío:
has salido a mi encuentro, Tú primero,
y tu beso me cubre todo entero.
Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.
Delante de ti arrepentido:
ayer, ayer, sólo fui un bandido,
me tocó la comida de los cerdos.
Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.
Y que Tú me des de tu alimento,
como a un siervo, Señor, como a siervo.
De todo lo que hice me arrepiento.
Hoy he vuelto, Señor, hoy he vuelto.
Tanta bondad sé que no merezco,
no has dejado que hable, y en tu beso:
una lágrima tuya, siento… siento.
Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.
Y Tú me tratas como a hijo, lo agradezco,
quiero vivir, Señor, en cada gesto,
la paz que tú das al regreso.
Hoy he vuelto, Señor, quiero volver.

Mayo, 2008

miércoles, 27 de enero de 2010

Era negro, 5

¡Qué lindo se veía el padre Jaime!
Todo el pueblo fue al velorio… querían sabé como fue la muerte del padre Jaime… unos decían que le entró mandinga, el mismísimo diablo en persona… pero eso eran sólo cuentos… vainas de la gente que no saben como pasan las cosas
Yo me había encontrao’ con el padre Jaime unos días antes, siempre nos invitábamos unas cervezas, esa tarde me dijo, con su sonrisa picarona que tan bien le conocía, que sólo podía tomarse dos…
Me pareció, con to’ y sonrisa, mucho más triste que de costumbre. Se puso a hablar del día en que llegó… bonito, me dijo, por eso me quedé, yo iba en verdá pa’ Pueblo Nuevo, pero El Valle me atrapó…
Mientras hablaba, su mirada se ‘esperdigaba por detrás de la barra, como buscando un punto que se le había perdio’ hace tiempo… los ojos llorosos… ¡Coño!, pensé, este padre está medio jodio’.
Empecé a sacarle la conversa, como se dice, pa’ vé’ si aflojaba algo… Me regañaron, Toñito, me dijo, me formaron ese peo… Pero… ¿por qué, padre?… ¡Gua!, porque me puse a decir que Jesús era negro… ¿Y no es verdá eso, padre?… ¡Claro, Toñito!, Jesús es negro, como todos nosotros… ¿y entonces?… Lo que pasa es que en este mundo hay mucho cura catire, Toñito, con sus ojitos azules, y andan por allí diciendo zoquetadas, hablando de un Jesús catirito, ojos azules, con su sotana almidonada, ¡un Jesús too flaquito y raquítico, que de cualquier vaina se cae!… ¿Y así era Jesús, padre? ¡No vale, Toñito! Si Jesús lo que era es tremendo hombre, pelo-en-pecho, como dicen por allí, que trabajaba bastante y tenía la piel tostadita, porque por los laos de Jesús si que hace sol de verdá.
Y cuál Jesús es el mejor, padre… El nuestro, Toñito, el nuestro…
Luego me dijo que lo habían envainado, que alguien le había dicho al obispo que él dizque tenía una mujer por ahí… que si esto… que si aquello… Toñito, me dijo, tú me conoces, ¡coño!, la única mujer de mi vida es la Virgen. Yo creo que me quieren sacar de este pueblo… ¿Por qué, padre?… Porque vivo formándole su peo a Evaristo cada vez que lo veo. Lo que pasa es que él no quiere hacer nada por el pueblo… puro cogerse los riales nuestros.
Déjese de andar hablando por ahí de Evaristo, padre, mire que ése lo puede envainar bien envainado…
¿Qué más envainado quieres que esté, Toñito? Ese cabrón me dio por donde más me duele, si me sacan de aquí, me moriré.

Era negro, 4

No nos podíamos dejá quitá al padre Jaime. No lo pudimos velar en la Iglesia, porque el padre José se había llevao’ la llave y tó, y nos había dicho que eso era malo… y que no podíamos velarle.
Pero nosotros lo velamos en la casa… fue en casa de Maritza, la que siempre llevaba el ramo de flores a la Virgen…
*****
Sí, fue en casa de Camila, la de Patricio, donde el padre tocó la puerta por primera vez, aquella tarde que llegó al pueblo… pidió un vaso de agua y una silla para sentarse un rato a descansá… venía de lejos… e iba para más lejos… por allá, por los laos de Pueblo Nuevo, pero se quedó aquí, bautizando carricitos y diciendo la misa los domingos… primero las decía en el caney de Pedro Pineda, el mismo que había estao’ cuando el golpe al Catire y lo habían metio’ preso en el Castillo, una tapara e’ hierro en cada pierna.
Ese caney quedaba de lo más bonito, llenito e’ flores, toos los domingos, con su mesita en el centro y una cruz de Nuestro Señor de este tamaño.
Algunas veces, cuando acababa la misa, los hombres se ponían a jugar bolas, mientras las mujeres preparábamos un sancocho de gallina.

Era negro, 3

Josefina Colmenares tenía como media hora hablando con Paulina Coromoto… nosotros escuchábamos desde más allá, atentos a la rochela, porque por ahí andaba Laurita, la menor de los Peñalozas y la más bonita de todas… era el velorio del padre Jaime, y estábamos afuera e’ la casa, tomando un poco de esa agua bendita que mentan canelita, para el frío, ¿sabe usté? Eso es recomdao’ mucho por los dotores de por aquí. Ya el viejito Eustaquio se había bebio’ como dos bombonas, y estaba tirao’ junto a la acera. Adentro de la casa, el muerto estaba rodeao’ de un poco e’ viejitas que ya llevaban como quince rosarios seguiditos, sin para’ pué. El padre José no nos permitió velar al padre Jaime en la iglesia, nos dijo que eso no estaba permitío’, que si el padre Jaime había pecao’, que si ya no era padre, que si se había condenao’… quería él enterrá al muerto… sin velorio y sin ná.
*****
El día que murió el finao’ padre Jaime, el cielo se veía rojitico… asina, como si estuviera sangrando… no se veía ni un punto blanco o azul por to’ eso… sólo rojo… y ese frío… como para aguarle el guarapo a cualquiera… fue entonces cuando el padre José nos dijo que quería enterrá al padre Jaime, sin velorio y sin ná. Nosotros dizque por qué y él dizque porque sí… total que la gente quería velá primero al padre Jaime, pa’ despué enterrarlo, pero el padre José estaba ostinao’ con que no lo podíamos velá, por eso es que casi matan al padre José… naiden sabe quién lanzó la primera piedra, pero la gente empezó a lanzá sus piedras contra el padre José… fue entonces cuando llegó el gobierno, nunca había visto tanto soldao’ junto, con sus machetes y sus escopetas… vinieron a rescatá al padre José, y se lo llevaron… desde ese día no hay misa en El Valle… ningún padre quiso venir más.

Era negro, 2

El Valle era un caserío de cinco casitas, una por aquí, una por acá, una más allá, cuando el padre Jaime llegó… creo que fue en el 85. No había ni iglesia, ni escuelita… apenas estaba el patio e’ bolas de mi compae’ José Antonio, pa’llá íbamos toos a hablar por las tardes… allí se sentaba Venancio a contá sus cuentos, los mismitos que antes contaba el finao’ Tacoa debajo de la mata e’ mango, aquella que se ve por allá…
El padre Jaime, que por lo cansao’ tenía pinta de vení de lejos, fue a la primera casa que encontró… ¿la de Camila, la de Patricio?
Umjú, comae’, de ella misma…

Era negro, 1

El padre Jaime estaba colgado de la viga principal de la casa cural. El mecate alrededor de su cuello denunciaba su última crisis. Su última decisión. Ya estaba muerto, y bien muerto, según los testigos. Era sólo un cuerpo atado a una viga. Un péndulo sin vida.
Todos los que entramos a la casa, retrocedimos asustados. La impresión de la muerte se apoderó de nosotros. ¿El padre Jaime ahorcado? La muerte galopando por todo “El Valle”. ¡Fin de mundo! El cura ahorcado… ¿quién lo diría? ¡Quién lo diría!

martes, 26 de enero de 2010

Poemas de vida, poemas de muerte, 14

Era el momento,
no se podía esperar más,
había que actuar,
y había que hacerlo pronto. Todos éramos actores,
por eso estábamos allí:
para demostrar
aquello que pocos
se atreven, siquiera, nombrar...
porque el miedo es más fuerte que el amor,
el miedo es más fuerte que el odio.
Era el momento,
sin darle importancia a nada,
se debía actuar.
Todos sacamos nuestras máscaras
- era más fácil así-:
sin demostrar nuestras verdaderas caras,
ciertamente, es más fácil actuar.
Recuerdo
-como pocos recuerdan ya-
como era mi máscara,
la que con tanto trabajo labré,
la que moldeé con mis propias manos,
... era una máscara perfecta:
¡LA mejor!
Era el momento,
nadie podía esperar tanto,
ni siquiera yo podía,
las máscaras no podían,
las manos crispadas
de odio no podían:
nada ni nadie podía.
Éramos actores
y debíamos actuar.
La ciudad estaba oscura,
las tinieblas la envolvían,
no podía ver,
¡miento!...
... ¡Podía ver las máscaras!
El show había empezado:
miles de máscaras danzando
de un lado a otro...
¿qué buscaban?
No lo sé.
Tal vez, me buscaban a mi,
tal vez, te buscaban a ti,
tal vez,
tal vez, se buscaban a si,
querían saber qué escondían,
cuál era el rostro que cubrían.
-Todos usamos máscaras,
y luego es demasiado tarde,
las máscaras nos aprisionan
hasta dominarnos por completo,
no hay marcha atrás:
nos convertimos en máscaras-.
Era el momento,
y no se podía esperar más.
Éramos actores
-con mil y una máscara-,
y debíamos actuar.
Era el momento.
-Se escucharon gritos de silencio:
las máscaras caen-.
Era el momento,
el momento de la rebelión,
de la rebelión de los hombres,
los hombres contra las máscaras.
Era el momento.
Dejamos de ser actores:
ya no teníamos que actuar,
las máscaras cayeron...
fue un golpe tremendo,
un ruido sordo se dejó oír,
mientras el silencio
envolvía el lugar
y las tinieblas se retiraban,
para dar paso a la luz.
Ya no se veían las máscaras,
ahora habían rostros,
rostros que iban,
rostros que venían,
rostros que andaban
de un lugar a otro...
rostros que se encontraron,
se encontraron a sí mismos,
se liberaron de sus máscaras:
eran libres y amaban.
Era el momento.
Nadie podía esperar más...
...y nadie esperó... .

(1997)

Poemas de vida, poemas de muerte, 23

Tic, tac, tic, tac,
mi cabeza estalla
en una sinfonía de dolor y odio....
Tic, tac, tic, tac,
mis manos se crispan
y no obedecen mis ordenes....
Tic, tac, tic, tac,
soy una bomba de tiempo,
una mancha sin nombre....
Tic, tac, tic, tac,
Ella ha muerto
y con ella yo....
Tic, tac, tic, tac,
mi amor murió
de dolor,
de oscuro dolor por ella...
Tic, tac, tic, tac,
¡No importa!
¡Sigo estando Muerto....!

(1997)

viernes, 22 de enero de 2010

Poemas de vida, poemas de muerte prólogo

Aquí me tienes, lector, presentándote mis escritos.
Son los escritos profanos de mi vida. Los escribí entre 1994 y 1997. Sólo ahora los presento a ti.
Mi vida está involucrada en ellos.
Búscame, tal vez me encuentres. Lo que no es muy seguro es que te encuentres a ti. Son mi vida, no la tuya.
En los días de tristeza, cuando creía que nada tenía valor, en esos días, tomaba la pluma, y escribía. Llenaba mi existencia de escritos sin sentido.
En los días de rabia, cuando la cólera carcomía mi corazón, apelé a la escritura, en un intento desesperado por salvarme y hallar algo distinto a la muerte.
En esos días, comprendí que la muerte tenía un sentido, y me aferré a él. Me aferré al sentido de la muerte, y caí en el sin sentido de la vida.
En esos días, traté de comprender la vida y la muerte como un uno... no sé si lo logré.
Me hubiese gustado encontrarme a mí mismo. Hasta ahora, creo que no ha sido posible.
Lo que a continuación transcribo, a excepción del último poema, lo escribí bajo el seudónimo de Algëmiroj Di Loschvertín. Seudónimo que permanece vivo en mí.
Al final, quise agregar un poema, escrito en los años dorados de colegio. Lo escribimos Robinson Triana y yo; aparece bajo el seudónimo de él: Phoenix.
Es Phoenix, una de las personas más importantes de mi vida, es el amigo incondicional que lucha por mí, y por mi vida perdida.
A él, a Robinson, mi saludo ante humus, porque después no habrá otra oportunidad.
Cuando recogí estos poemas, hacia 1999, me pareció bien escribir este prólogo... Hoy, al releer, es como revisar una carta que nunca he enviado... aquella carta que se quedó para siempre en una gaveta, pero que clama por salir, por respirar y ver nuevos horizontes... como si tal cosa pudiese hacer una carta... En todo caso, es parte de mi homenaje a tí, que sé me estás leyendo... un homenaje hoy... porque el mañana es esperanza, pero no realidad... un regalo, que aún no hemos recibido...

Historia de un damnificado 2 (2000)

Valeria está llorando... no ha parado de llorar...
Valeria, esa noche, fue a dormir temprano... Ella no sabe qué ocurrió... esa noche, como ya dije, se acostó temprano... y despertó en otro sitio...
Esa noche, ella volvió a nacer...
Quedó en la calle, es cierto, sin más pertenencias que su propio cuerpo... Cuando despertó, se encontraba flotando, a la deriva, en un río de agua que arrasó con todo lo que encontró a su paso... también se la llevó a ella...
El río, que salió de la nada, se llevó a Valeria... sin embargo, no le hizo ningún daño... parecía, más bien, que la llevaba con mucho cuidado... casi se diría que no quiso despertarla... el río depositó a Valeria al pie de la montaña, cual si fuese ella una ofrenda a una deidad suprema... al Creador...
Esa noche, Valeria volvió a nacer...
Y nació más hermosa... su cuerpo desnudo dejaba transparentar su alma... por eso, a nadie suscitó pensamientos morbosos... era un cuerpo hermoso iluminado por la más preciosa de las luces...
Valeria desconoce el paradero de su familia... por eso, no ha dejado de llorar... pero, además, Valeria confía mucho en Dios, y está agradecida de su don... por eso, no ha dejado de llorar...
Valeria espera volver a ver a su familia... ¡la ama tanto!... Sin embargo, está presta a escuchar la voz de Dios, para ella, es un don que Dios tenga, cerca de sí, a su familia... es un don preciosísimo porque ella cree en la Resurrección y en al Vida Eterna.
Claro, Valeria no puede dejar de estar triste... porque ella ama mucho a su familia... y se sentía realmente amada por ésta.
¡Ah! ¡Quién fuera Valeria!
¡Quién fuera la Valeria que volvió a nacer esa noche!
¡Quién fuera la Valeria que está llena de Amor!

Historia de un damnificado 1 (2000)

Robinson está absorto en sus pensamientos... Retraído, casi no habla... su mente busca una razón para amar... para él, ya la vida no vale nada... es sólo una leve brisa en el mar de la soledad.
Quedó solo...
Su familia fue tragada por un mar de piedra y piedra que arrasó con todo lo que halló en su camino.
Esa noche, las estrellas se vistieron de muerte... y la luna de soledad...
Esa noche, el silencio de las tumbas fue profanado por el rumor de la muerte...
Esa noche, mientras todos morían, Robinson siguió viviendo... siguió viviendo una vida de desdichas y soledades... siguió viviendo... ¿era la misma vida de antes?
Robinson busca razones para sonreír... Hace tiempo que se le acabaron.
¡Qué desdicha más grande: ser un desdichado!
Esa noche, la noche en la cual todo ocurrió, Robinson aprendió a odiar...
¡Pobre Robinson! Él no sabe perdonar... y no podrá perdonar a Dios...
Dios, para Robinson, es un tirano... un ogro que desató su ira sobre el pueblo inocente... ¡Vaya Dios! Para tener un Dios así, es mejor no tener Dios.
Robinson se imagina un «dios» con bota militar... un «dios» parecido a Pinochet... o a Fidel... a los “gringos”... un «dios» que envía la muerte sin piedad...
¿Es posible que exista semejante «dios»?
Ya Robinson no sabe qué Dios existe ni qué «dios» ha dejado de existir...
Esa noche, el alud de tierra también sepultó a Dios.
¡Pobre Robinson! Él no sabe perdonar... y no podrá perdonarse a sí mismo.
Esa noche, la noche del desastre final, él no estaba en su casa... había ido a una fiesta con sus amigos.
Por eso, él estaba vivo... y su familia no...
Robinson se siente culpable, tan culpable como Dios, y cree que es un asesino... en todo caso, un miserable que salvó su vida, insignificante, mientras su familia moría.


Varios de mis "personajes" tienen nombres de personas que han sido significativas para mí... Sin embargo, no es que los esté retratando a ellos... a lo mejor, me estaba retratando a mí en un momento particular de mi vida...

miércoles, 20 de enero de 2010

Raanaá

Érase una vez...
Todos los cuentos empiezan así, por lo menos los de mi infancia.
Érase una vez...
Todos los cuentos recuerdan algo que pasó, hace tiempo, hace mucho tiempo.
Érase una vez...
Todos los cuentos tienen una verdad: la fantasía... y la magia de poder viajar en el tiempo y conocer muchos amigos.
Érase una vez una rana.
¿Quién no conoce a las ranas?
¡Qué hermosas son las ranas!
Mi rana, la rana de mi cuento, se llamaba Raanaá... y era hermosa. Tenía dos meses y era una jovencita simpática.
Las ranas no son como las personas... no viven cien años, ni hablan como nosotros hablamos.
Raanaá, que no podía vivir cien años, sí podía hablar... como las personas.
¿Cómo era eso posible?
¡Por la magia del Amor!
Y Raanaá, que, repito, no podía vivir cien años, y que, por la magia del amor, podía hablar, vivía entre los camburales. En lo alto de una mata de topocho, oculta entre sus hojas.
Entre los camburales vivían muchos animalitos... los animalitos, como Raanaá, no pueden vivir cien años, ni pueden hablar... aunque algunos, pos la magia del Amor, sí podían hablar.
Un día, estaba yo triste... no jugaba, ni comía, ni reía... sólo lloraba... Tenía yo quince años... yo era un humano, y como humano podía vivir cien años.
Decía que un día estaba yo triste... muy triste... y fue cuando conocí a Raanaá... antes no la había visto, yo nunca iba a los camburales, por eso no la conocía.
Ese día, Raanaá fue a mi casa, al sitio donde yo estaba triste, llorando...
Raanaá fue a mi casa porque escuchó mi canto... y se dolió mucho.
Ella me contó que también lloraba, allá en lo alto de su mata de topocho... Sólo que yo nunca la escuchaba.
¿Por qué, entonces, ella me escuchó?
¡Por la magia del amor!
¡Es muy fácil llorar y exigir ser escuchado!
Pero, ella eligió lo más difícil... eligió escuchar.
Yo, a Raanaá, no la había visto, y no la vía hasta que me habló.
- Hola, ¿cómo estás?- me preguntó.
- ¿Eh? ¿Quién está allí?- pregunté a mi vez, al no ver a nadie.
- Oye, aquí, en la ventana- me dijo la voz.
- ¿Dónde? No veo a nadie.
- Aquí- me dijo, mientras, de un salto, se posó en mi rostro.
Yo me asusté muchísimo, y de un manotazo la mandé al suelo, ¿quién no se ha asustado al ver una rana?
Pero, después, la tomé entre mis manos y la vi... la vi muy bien, aunque, aún, no sospechaba que era su voz la que estaba escuchando.
- Oye, grandote, ¿qué te pasa? – preguntó.
- ¿Eres tú quien habla?- pregunté a mi vez.
- ¿Vez a alguien más?
- No, pero... todos saben que los animalitos no hablan...
- ¿Y quién dijo eso? ¿No ves, acaso, que estoy hablando?
- Sí... pero...
- ¿Pero qué?
- ¡No entiendo!
- No es necesario que lo entiendas, ¡vívelo! Deja que tu corazón entienda por ti, viva por ti, y sienta por ti.
Muchas veces pude hablar con Raanaá; me acostumbré a su voz... me acostumbré a que, de vez en cuando, los animalitos pudiesen hablar.
Cada vez que hablaba con ella, me sentía más alegre, ¡era una dicha hablar con ella!
Sin embargo, yo nunca fui a los platanales, ella siempre venia a mi ventana.
Un día, ella no volvió...
Busqué alrededor de la ventana... pero fue una búsqueda inútil... ella no estaba allí.
Empecé a desesperarme... pasaban las horas y ella no llegaba... ¿podía, acaso, no estar desesperado?
Me dirigí hacia los platanales, el miedo en el alma, y el llanto en los ojos. ¿Dónde estás, Raanaá? - pregunté - ¿Dónde?
Cuando iba llegando a los platanales, escuché una voz, casi un susurro:
- Por aquí, por aquí...
Apenas si se oía la voz. Me quedé paralizado... y me dispuse a escuchar.
Y escuché...
Escuché muchas cosas: las conversaciones de las moscas, la charla alegre de las mariposas, el susurro del viento...
Escuché cómo todos, al igual que yo, estaban buscando a Raanaá... Escuché mucho más... escuché cómo la amaban ellos, los animalitos que vivían en los platanales... Y, por fin, escuché mi nombre.
Fijé mi mirada hacia el lugar desde el cual venía la voz que me nombraba.
Y la vi... a la orilla del camino... parecía extremadamente agotada...
La tomé entre mis manos...
Ella estaba llorando... lloraba mucho.
Y, en medio del llanto, escuché como me dijo:
- Te quiero.
Apenas si escuché esas palabras... ¡apenas!
Mis ojos empezaron a llorar... brotó de ellos una enorme catarata de lágrimas...
Y, en medio del llanto y la certeza de una cercana separación, besé a mi rana... y... adivinen lo que pasó...
No, mi rana no se convirtió en una princesa... ¡Eso ocurría en los cuentos de mi infancia!
En mi cuento, mi rana no se convirtió en una princesa...
Yo me convertí, por pocos minutos, en una rana, de la familia de los anfibios.
Los anfibios pueden vivir bajo el agua y sobre la tierra... la rana es un anfibio... y hay, como en los humanos, hembras y varones...
Por algunos minutos, yo también, fui una rana...
¡Ah, la magia del Amor!
Mi rana, que no podía vivir cien años, estaba muriendo.
Pero, ya no lloraba, sonreía frente a mi... sus ojos vidriosos estaban fijos en los míos... ¡Cuántas cosas me dijo en silencio!
Ella, lamentablemente, murió entre mis brazos... pero, murió feliz, con una sonrisa en los labios.
¡Se le habían cumplido sus sueños!
... Cuando ella murió, yo me volví a convertir en lo que soy: una persona...
Esa noche, en sueños, ella me vino a visitar... me dijo muchas cosas, me contó que se había enamorado de mí (era una rana que amaba, ¿qué tiene de malo?), y que le había pedido a su "hada madrina" (en ese momento descubrí que las "hadas madrinas" de mi infancia, existían), que yo fuese como ella, que yo fuese una rana, aunque hubiese sido por pocos minutos... y su "hada madrina" se lo concedió...
Esa noche, en sueños, descubrí que mi "hada madrina" era ella, Raanaá.
Los cuentos de mi infancia terminaban, siempre, en el matrimonio de los protagonistas... o en una larga vida.
Mi cuento, en cambio, termina en la felicidad.
Raanaá fue feliz...
Y yo fui feliz...
Y soy feliz...
Porque, la felicidad no se acaba con la vida... va más allá... se proyecta después de la “muerta”.
... Este es sólo un cuento...
Los cuentos, por lo general, no ocurrieron en verdad....
Sólo son cuentos...
Sin embargo, muchas veces, lo que dicen los cuentos es verdad.
No... el cuento no es verdad; pero... lo que dice es verdad.
Lo que dice se llama mensaje... y el mensaje es verdadero...
¿Por qué?
¡Por la magia del Amor!


(2000)

martes, 19 de enero de 2010

Post-data

¿Cuántas veces he querido escribir una carta, esta carta?
No sé… quizás, demasiadas…
Ayer, mientras amanecía, escuché una voz…
Ayer, mientras me ahogaba de dolor, escuché una voz…
Ayer supe que todo era diferente…
Todo… menos el vacío… el llanto… la noche…
Ayer prometí no estar jamás solo…
Pero la soledad es parte de mí…
¿Cuántas veces he querido escribir esta carta?

lunes, 18 de enero de 2010

Palabras previas

Durante varios años he reunido mis escritos…
Son los escritos del corazón…
Aquellos que nacieron bajo la sombra de un atardecer…
Aquellos que nacieron con los primeros rayos de luz sobre las montañas…
Aquellos que nacieron en la ilusión del amor…
Aquellos que nacieron en la tristeza y el dolor…
Son escritos de vida… son escritos de muerte…
Son escritos de esperanza…
Canción de amor… porque sólo se puede hablar del amor bajo la lluvia…
Y mis escritos son yo mismo…
Así que aquí estoy yo… está mi vida… plasmada en este papel… claroscuro… como soy… así me entrego

sábado, 16 de enero de 2010

Canción de amor... poema 23

Alto, eleva el vuelo,
La gaviota en la mar,
Alto, van mis recuerdos,
Al quererte encontrar.
Vuela, vuela alto,
Algún día llegará,
La gaviota, a aquel barco,
Que se pierde en altamar.
Como la gaviota se aleja,
Así se van a alejar
Mis suspiros en el viento,
Tratándote de abrazas.
Y, si algún día te encuentro,
Tranquila en altamar,
Te llenaré de mis besos,
Te enseñaré a amar.
Vuela, vuela alto,
Gaviota, hacia altamar.

(1999)

miércoles, 13 de enero de 2010

Para tí



Te busqué incansablemente,
día y noche...
estabas en mis sueños...
estabas en mi mente...
estabas en mi corazón...

Te busqué incansablemente...


(2006)




Hoy quisiera iniciar este blog con mis memorias de ayer y de hoy. Releyendo viejos poemas, algunos, casi irreconocibles ya por la distancia de tiempo, otros, aún frescos en la memoria, me decido a publicar y comentar mi vida en poesía. Sí, porque cada poema guarda algo de mi historia de vida, de una manera cómo he vivido la vida en un momento determinado, de una lectura ya hecha de la misma. He leído mi vida en poesía. Ahora quiero releerla. Es una mirada, sí al pasado, pero, sobre todo, es una aventura a mi propia interioridad y una contemplación del futuro.

¿Qué buscamos en nuestra vida con tanta intensidad? Aslan el famoso persona de las Crónicas de Narnia, le dice a Ermeth, un personaje que se define en búsqueda, que ya ha encontrado a quién buscaba toda su vida, aún sin saberlo... porque toda búsqueda auténtica conduce a Aslan. ¿Toda búsqueda auténtica conduce a Dios? ¿Toda mirada al horizonte es, en el fondo, una mirada de esperanza, un mirar agraciado? Dicen que, al final, uno encuentra aquello que busca. Pero también es cierto que, en ocasiones, uno se aleja de lo que busca, por querer espiar otros horizontes, sólo porque uno queda encandilado con aquella luz que viene de las profundidades, donde los diamantes son el alimento de los gnomos.

Uno a veces se pierde en la búsqueda, tal vez por no aceptar la aventura que Aslan nos tiene preparada...