Érase una vez...
Todos los cuentos empiezan así, por lo menos los de mi infancia.
Érase una vez...
Todos los cuentos recuerdan algo que pasó, hace tiempo, hace mucho tiempo.
Érase una vez...
Todos los cuentos tienen una verdad: la fantasía... y la magia de poder viajar en el tiempo y conocer muchos amigos.
Érase una vez una rana.
¿Quién no conoce a las ranas?
¡Qué hermosas son las ranas!
Mi rana, la rana de mi cuento, se llamaba Raanaá... y era hermosa. Tenía dos meses y era una jovencita simpática.
Las ranas no son como las personas... no viven cien años, ni hablan como nosotros hablamos.
Raanaá, que no podía vivir cien años, sí podía hablar... como las personas.
¿Cómo era eso posible?
¡Por la magia del Amor!
Y Raanaá, que, repito, no podía vivir cien años, y que, por la magia del amor, podía hablar, vivía entre los camburales. En lo alto de una mata de topocho, oculta entre sus hojas.
Entre los camburales vivían muchos animalitos... los animalitos, como Raanaá, no pueden vivir cien años, ni pueden hablar... aunque algunos, pos la magia del Amor, sí podían hablar.
Un día, estaba yo triste... no jugaba, ni comía, ni reía... sólo lloraba... Tenía yo quince años... yo era un humano, y como humano podía vivir cien años.
Decía que un día estaba yo triste... muy triste... y fue cuando conocí a Raanaá... antes no la había visto, yo nunca iba a los camburales, por eso no la conocía.
Ese día, Raanaá fue a mi casa, al sitio donde yo estaba triste, llorando...
Raanaá fue a mi casa porque escuchó mi canto... y se dolió mucho.
Ella me contó que también lloraba, allá en lo alto de su mata de topocho... Sólo que yo nunca la escuchaba.
¿Por qué, entonces, ella me escuchó?
¡Por la magia del amor!
¡Es muy fácil llorar y exigir ser escuchado!
Pero, ella eligió lo más difícil... eligió escuchar.
Yo, a Raanaá, no la había visto, y no la vía hasta que me habló.
- Hola, ¿cómo estás?- me preguntó.
- ¿Eh? ¿Quién está allí?- pregunté a mi vez, al no ver a nadie.
- Oye, aquí, en la ventana- me dijo la voz.
- ¿Dónde? No veo a nadie.
- Aquí- me dijo, mientras, de un salto, se posó en mi rostro.
Yo me asusté muchísimo, y de un manotazo la mandé al suelo, ¿quién no se ha asustado al ver una rana?
Pero, después, la tomé entre mis manos y la vi... la vi muy bien, aunque, aún, no sospechaba que era su voz la que estaba escuchando.
- Oye, grandote, ¿qué te pasa? – preguntó.
- ¿Eres tú quien habla?- pregunté a mi vez.
- ¿Vez a alguien más?
- No, pero... todos saben que los animalitos no hablan...
- ¿Y quién dijo eso? ¿No ves, acaso, que estoy hablando?
- Sí... pero...
- ¿Pero qué?
- ¡No entiendo!
- No es necesario que lo entiendas, ¡vívelo! Deja que tu corazón entienda por ti, viva por ti, y sienta por ti.
Muchas veces pude hablar con Raanaá; me acostumbré a su voz... me acostumbré a que, de vez en cuando, los animalitos pudiesen hablar.
Cada vez que hablaba con ella, me sentía más alegre, ¡era una dicha hablar con ella!
Sin embargo, yo nunca fui a los platanales, ella siempre venia a mi ventana.
Un día, ella no volvió...
Busqué alrededor de la ventana... pero fue una búsqueda inútil... ella no estaba allí.
Empecé a desesperarme... pasaban las horas y ella no llegaba... ¿podía, acaso, no estar desesperado?
Me dirigí hacia los platanales, el miedo en el alma, y el llanto en los ojos. ¿Dónde estás, Raanaá? - pregunté - ¿Dónde?
Cuando iba llegando a los platanales, escuché una voz, casi un susurro:
- Por aquí, por aquí...
Apenas si se oía la voz. Me quedé paralizado... y me dispuse a escuchar.
Y escuché...
Escuché muchas cosas: las conversaciones de las moscas, la charla alegre de las mariposas, el susurro del viento...
Escuché cómo todos, al igual que yo, estaban buscando a Raanaá... Escuché mucho más... escuché cómo la amaban ellos, los animalitos que vivían en los platanales... Y, por fin, escuché mi nombre.
Fijé mi mirada hacia el lugar desde el cual venía la voz que me nombraba.
Y la vi... a la orilla del camino... parecía extremadamente agotada...
La tomé entre mis manos...
Ella estaba llorando... lloraba mucho.
Y, en medio del llanto, escuché como me dijo:
- Te quiero.
Apenas si escuché esas palabras... ¡apenas!
Mis ojos empezaron a llorar... brotó de ellos una enorme catarata de lágrimas...
Y, en medio del llanto y la certeza de una cercana separación, besé a mi rana... y... adivinen lo que pasó...
No, mi rana no se convirtió en una princesa... ¡Eso ocurría en los cuentos de mi infancia!
En mi cuento, mi rana no se convirtió en una princesa...
Yo me convertí, por pocos minutos, en una rana, de la familia de los anfibios.
Los anfibios pueden vivir bajo el agua y sobre la tierra... la rana es un anfibio... y hay, como en los humanos, hembras y varones...
Por algunos minutos, yo también, fui una rana...
¡Ah, la magia del Amor!
Mi rana, que no podía vivir cien años, estaba muriendo.
Pero, ya no lloraba, sonreía frente a mi... sus ojos vidriosos estaban fijos en los míos... ¡Cuántas cosas me dijo en silencio!
Ella, lamentablemente, murió entre mis brazos... pero, murió feliz, con una sonrisa en los labios.
¡Se le habían cumplido sus sueños!
... Cuando ella murió, yo me volví a convertir en lo que soy: una persona...
Esa noche, en sueños, ella me vino a visitar... me dijo muchas cosas, me contó que se había enamorado de mí (era una rana que amaba, ¿qué tiene de malo?), y que le había pedido a su "hada madrina" (en ese momento descubrí que las "hadas madrinas" de mi infancia, existían), que yo fuese como ella, que yo fuese una rana, aunque hubiese sido por pocos minutos... y su "hada madrina" se lo concedió...
Esa noche, en sueños, descubrí que mi "hada madrina" era ella, Raanaá.
Los cuentos de mi infancia terminaban, siempre, en el matrimonio de los protagonistas... o en una larga vida.
Mi cuento, en cambio, termina en la felicidad.
Raanaá fue feliz...
Y yo fui feliz...
Y soy feliz...
Porque, la felicidad no se acaba con la vida... va más allá... se proyecta después de la “muerta”.
... Este es sólo un cuento...
Los cuentos, por lo general, no ocurrieron en verdad....
Sólo son cuentos...
Sin embargo, muchas veces, lo que dicen los cuentos es verdad.
No... el cuento no es verdad; pero... lo que dice es verdad.
Lo que dice se llama mensaje... y el mensaje es verdadero...
¿Por qué?
¡Por la magia del Amor!
(2000)
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